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viernes, 18 de julio de 2008

Repercusiones del voto de Julio Cobos

El voto de Cobos







Crónica secreta de una sesión histórica

-¡Pelotudo, hay cinco millones de tipos mirando la tele! ¿A quién carajo querés que saque? ¿Quién carajo se va a levantar de la banca, Pepe? Todo el país nos está mirando. Cagamos, Pepe. Hagan algo ustedes.

Las paredes de madera de cerezo y roble de Eslavonia del Salón de Lectura del Senado contuvieron los gritos de Miguel Ángel Pichetto. Cerca de la medianoche del miércoles, enfurecido y derrotado, el jefe del bloque de senadores kirchneristas admitió que todas sus gestiones habían llegado a un límite. Que el peso del destino de su Gobierno ya no estaba en sus manos.

Su compañero de bancada, el presidente provisional del Senado, José Pampuro, apoltronado en un sillón de cuero marrón habano, comprendió que a partir de ese momento, si había alguna chance de revertir el resultado, esa llave estaba ahora en su poder. Pampuro llamó una vez más al jefe de Gabinete, Alberto Fernández: “Seguimos empatados y esto no cambia”.

–Entonces convenzan a Cobos. No me atiende el teléfono. Si vota, nos caga. Se va todo al carajo. ¿Entendés, Pepe? Cleto no tiene que votar. Hasta esa hora, la agenda kirchnerista del día sólo acumulaba fracasos. Y no había margen para uno más. La noche anterior, Pichetto y Pampuro se habían ido a dormir con la certeza de tener 34 votos en su haber, contra 33 que sumaba la oposición. También había cinco senadores que no habían revelado su juego. Con las primeras luces del día el conteo ya estaba empardado: 35 a 35. Después del mediodía, fue el propio vicepresidente quien les anunció que el santiagueño Emilio Rached, un radical K como él, acompañaría el rechazo a la resolución 125. “¿Y qué va a hacer Saadi?”, avanzó el mendocino. "Con Saadi están Florencio (Randazzo) y el Chueco (Mazzón). Todavía no sé nada”, respondió Pampuro.

Las definiciones de la tarde quedaron en absoluta reserva. Incluso los radicales Gerardo Morales y Ernesto Sanz cuidaron con celo la decisión de Rached. El santiagueño le había dicho a Morales que se sumaría a la postura de la oposición en el restaurante del primer piso del Senado. El reloj del comedor marcaba las 15.25. Rached salió temblando del restaurante, como quien sostiene el peso de la República sobre sus hombros. Morales, en cambio, terminó sus sorrentinos de ricota y corrió al despacho de Sanz disimulando una sonrisa.

Cuando Saadi confirmó en el recinto que votaría por el Sí, el temblor invadió al vicepresidente. ¿Cuánto pesa una República? Pichetto y Pampuro también se estremecieron. Ya no había dudas, Néstor y Cristina estaban en manos de Cobos.

“Esto se define esta noche. ¿Escuchaste, Pepe? Vamos de frente. Se hunde con nosotros o está afuera. Cleto no tiene que votar”, ordenó Kirchner desde Olivos.

Pichetto se ocupó del Plan A: forzar a uno de los díscolos a abandonar el recinto al momento de la votación. El jefe de la bancada K llamó a 16 senadores, no respondió ninguno. La presión subió. También la suya. Debió ser atendido por un pico de tensión arterial en la enfermería del Palacio. Los nervios se apoderaban de la tarde. Kirchner le pidió a Hugo Moyano que se sumara a la Plaza. La orden era clara: presionar.

El blanco del Plan A fue Carlos Menem. El blanco más fácil. “Le van a limpiar sus causas judiciales”, se dijo una y otra vez. El rumor se extendió hasta la noche. Menem no hizo nada por ahuyentar los fantasmas: desde el mediodía que no estaba en el Palacio. Tampoco atendía el teléfono. “Me juró que votaba”, decía Adolfo Rodríguez Saá.

Sanz entró en pánico: “Llamemos al hermano Eduardo”. El ex senador se ocupó del resto. Eduardo Menem llamó a su sobrina Zulemita. “Estamos con el papi en el Otamendi. Le hicieron unas placas de pecho por la neumonía. Cuando terminemos, lo llevo al papi de nuevo. No te preocupes”, dijo Zulemita.

Casi a la 1 de la madrugada apareció. Y después de una década, Carlos Menem volvió a adueñarse de la palabra. Sus enemigos de ayer y los de hoy le concedieron un profundo silencio. Menem estaba mareado por la fiebre, por el cansancio y por los años. No era muy diferente el estado de Pichetto, que ante la figura corvada de su ex jefe veía fracasar su última estrategia.

Cobos le cedió la presidencia a Juan Carlos Romero. Era la 1.30. El vicepresidente se fue a su despacho. Lo siguió Pampuro. Tenía la orden de ejecutar el Plan B. Se encerraron a solas.

“No podés bajar. No podés votar. Julio, está en juego el Gobierno. Tenés que acompañar a la Presidenta o irte”, le transmitió Pampuro. En ese momento llamaron Alberto Fernández y el ministro del Interior, Florencio Randazzo. No los atendió. “Ya di públicamente mi palabra. Dije que si llegaba el momento, iba a expresarme en la sesión. Eso voy a hacer”, afirmó Cobos.

En el recinto, los partidarios del No intentaron precipitar los hechos. “Sentá a todo el mundo”, le indicó Morales a Sanz, que junto a Rodríguez Saá se ocuparon de llamar a los demás senadores. Aún no eran las 2 de la madrugada. “Sería bueno que se acerque también el vicepresidente de la Nación, porque seguramente lo vamos a necesitar”, dijo Morales.

La chicharra comenzó a sonar. A las 2.35 el único senador que faltaba ocupar su banca era Pampuro. Tampoco estaba Cobos, que seguía con él. Pero nadie en el recinto, salvo Pichetto, lo sabía.

El turno para hablar le tocó a Sanz, al jefe de la bancada radical. “Si me está viendo el vicepresidente de la Nación, me gustaría que presidiera esta sesión en honor a los senadores que ya llevamos más de quince o dieciséis horas debatiendo”. Cobos no apareció.

–Pepe, no quiero votar en contra. Voy a pedir un cuarto intermedio para que busquemos un acuerdo. Tiene que haber consenso. Pero voy a bajar.Pampuro le dijo una vez más que los Kirchner le pedían que se sumara al Gobierno o que se alejara de la votación. “Acepten el cuarto intermedio. Es lo que ofrezco”, insistió el vicepresidente.

Las negociaciones se desconocían en el recinto. “¡Qué bueno sería tenerlo al vicepresidente de la Nación!”, gritó Sanz al borde de la desesperación. Llevaba más de media hora prolongando su discurso, esperando. Ninguno de los 36 senadores que votarían por el No se atrevían a dejar sus bancas para averiguar personalmente qué estaba pasando.

Cualquier ausencia circunstancial podía abrir la puerta para una votación repentina, y fatal. Hasta las ganas de orinar también estaban vedadas.

Un colaborador de Sanz, mendocino como Cobos, se acercó al despacho del vice. Sólo se calmó cuando lo vio en persona.

–Julio, te estamos esperando.

–Ya estoy saliendo. Dame un minuto.

El asistente volvió al recinto y tranquilizó a Sanz. Pampuro ocupó su banca y Pichetto, el último orador, tomó la posta de los discursos. Cobos volvió por un segundo a su despacho. Hizo coraje y llamó a Alberto Fernández. Con vez temblorosa, le advirtió: “Voy a bajar. Ustedes pueden evitar que emita mi voto. Acepten el cuarto intermedio y busquemos consenso”.

Alberto cortó y alertó a Pampuro: “Esto se decide ahora. Cobos no puede llegar al recinto”. Junto al santacruceño Nicolás Fernández, Pampuro salió disparado. Mientras tanto, Pichetto entretenía a la tribuna con sus confesiones sobre las miserias electorales del oficialismo y sus aliados. Fernández y Pampuro interceptaron a Cobos a mitad de camino, entre su despacho y el recinto. Lo llevaron, casi a empujones al Salón de Lectura.

–Estás loco. Querés cargarte al Gobierno. Si votás en contra te tenés que ir. Va a presidir Pepe y va a desempatar Pepe.

–No voy a aceptar órdenes de ustedes. Si me tiene que decir algo, que me llame Cristina.Pampuro volvió a llamar a Olivos. No consiguió dar con ella. A esa hora, la Presidenta ya estaba durmiendo.

–Julio, si pasás por esa puerta, tenés que renunciar.Cobos abrió la puerta, se volteó y los mandó al carajo. A las 2.58 el Vicepresidente entró al recinto.

A las 3.46 habilitó la primera votación: empate. Segunda votación, un nuevo empate. “¡Que la historia me juzgue! Pido perdón si me equivoco. Voto… Mi voto no es positivo”, le dijo Cobos a la historia. Pichetto le ordenó a su bloque: “Saquen la tarjeta (del voto electrónico). Nos vamos a la mierda".

Fuente: Crónica de la Argentina.

En el regreso a su provincia, la gente de los pueblos lo paraba para aplaudirlo y en su casa debió salir al balcón a agradecer el apoyo.









Por último, te dejamos la opinión editorial de Lanata, a minutos de haberse producido la votación:

El rostro desencajado, las contorsiones en el sillón y el nudo en el que se transformó el jefe del bloque oficialista Miguel Pichetto también quedará en la antología del Senado: sufría como en una final del mundo por penales, se frotaba las manos, buscaba algo en su bolsillo una y otra vez y pensaba –seguramente– en los insultos que acababa de escuchar del presidente Kirchner por teléfono, mientras lo hacía único culpable de todo.

A las cuatro y diez Cobos pidió, antes de que se ratificara la votación y se viera compelido a desempatar, el uso de la palabra. Desde pasada la medianoche circulaba un rumor que, en ese momento, comenzó a sonar verosímil: Cobos vota que no y renuncia –me dijeron dos fuentes distintas hablando desde dentro del recinto–. Cobos comenzó a hablar pausado y refirió a un viejo incidente durante su colimba en el Sur, en años del conflicto por el canal de Beagle.

Hablaba lento, y desde el corazón. Estaba nervioso, pero no hacía mucho por ocultarlo. Todo el recinto del Senado lo escuchaba en un silencio religioso. Verlo fue conmovedor: había ahí una persona; entre tanto animal político, negociador de raza, vendedor profesional de ilusiones, había aparecido una persona que podía decir con pudor que tenía miedo, que vivía contradicciones.

Un antropólogo hablando en medio de la tribu de zulúes que estaba a punto de meterlo en la olla hirviente. Dijo lo lógico, lo que cualquiera de los cientos de miles que miraban por la televisión hubiera dicho: el país está partido, una ley así no vale la pena, hay que consensuar, no se muere nadie, etc., etc. Pichetto se retorcía como un cascabel con dolor de estómago. Pidió un receso. Un cuarto intermedio para encontrar una solución.

El delegado de K citó la Biblia: –Hagamos lo que haya que hacer, y que sea rápido.

María Eugenia Estensoro agradeció la sinceridad de Cobos y le dijo que le hubiera gustado acompañarlo en el receso. El resto quería sangre.

Cobos volvió a hablar. Más lento aún. Dijo que no era un traidor. Dijo que creía que Cristina iba a entenderlo. Quise adivinar a Cristina, en ese momento, en Olivos, pero mi imaginación fracasó. Después dijo que No. Una persona les dijo que No. Fue increíble.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Alfonsín torció el voto de Rached con una sabia lección.-
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Por algo Alfonsín es Alfonsín. Por algo es una referencia insoslayable en el radicalismo y uno de los ex presidentes más respetados de la Argentina. Por algo suceden las cosas.
“Mire, piense bien como va a votar, yo le voy a contar una experiencia que tuve”, comenzó a desgranar el ex presidente ante un compungido Emilio Rached.

La llamada del líder radical fue –junto a la presión íntima de la madre del senador- la que le dio al santiagueño el temple necesario para votar contra el kirchnerismo.

Alfonsín, contra lo que publicaron durante años los medios, hace una lectura muy distinta a la que trasciende, sobre la derrota legislativa que sufrió cuando perdió por un voto la ley de democratización sindical –en esos años todavía se discutían temas estructurales-, conocida como ley Mucci, apellido del ministro de Trabajo que la impulsó.

Como le pasó al kirchnerismo en la madrugada del jueves, fue el Senado quien le marcó el límite que hasta entonces desconocía. Y en un notable paralelo, también fue por un voto que cayó derrotado el proyecto del Gobierno que había logrado superar airoso la Cámara de Diputados.

La lectura lineal de ese episodio fue que en ese momento comenzó la debacle del gobierno de Raúl Alfonsín, quien perdió así la necesaria autoridad del poder. Olvida esta visión como retomó la iniciativa el gobierno radical con el Plan Austral, y olvida también que la posterior debacle tuvo más que ver con la hiperinflación que con alguna autoridad lesionada allá lejos en el Senado.

Como sea, a la larga Alfonsín capitalizó la experiencia y elaboró una visión acaso más sabia de la derrota legislativa. “Mire Rached, cuando yo perdí en el Senado con la ley Mucci, primero me amargué, pero después me di cuenta que había sido algo bueno para la democracia”, comenzó a argumentar con la voz quebrada el ex presidente, que aún en estos tiempos en que su salud flaquea, juntó fuerzas para esa oportuna llamada.

“Si hubiéramos ganado la votación, se corría el riesgo de creernos dueños de un poder imbatible, de caer en actitudes autoritarias, es bueno para la democracia que a veces se le pongan límites al poder”, concluyó el caudillo radical y Rached encontró el último argumento para tomar una decisión que ya sabía, era la correcta.