Por Enrique Colombano
No. Nunca lo fui. Y seguramente, nunca lo sea. Y nunca tuve nada que ver con la Coordinadora. Y nunca voté a la Franja. Ni en el secundario, ni en la universidad. Nunca. Pero el jueves 30 de octubre, pese a que me había acostado a las ocho de la mañana después de cerrar una nueva edición de NU, decidí ir al Luna Park. No fui a hacer una cobertura periodística. Fui porque quise. Tenía la esperanza de volver a ver a Alfonsín.
Sí, Alfonsín. Al-fon-sín. Porque así se dice, o se grita. Y te lo digo en la cara: Al-fon-sín. Y si sos de mi generación -circa 35 años- no hace falta que seas radical para entenderlo. Podés ser peronista y sentirlo igual.
Diez años y unas paperas insoportables tenía cuando RA reventó la 9 de Julio con un millón de personas. Diez años cuando, desde la cama, seguí con la radio pegada a la oreja los guarismos del 30 de octubre. Diez años cuando me empezó a interesar la política. Por Alfonsín. Por escuchar a Alfonsín.
Alfonsín es un caudillo. Y los caudillos no se explican. Como los ídolos populares, su razón de ser está, precisamente, en que son. Tienen esa característica que, en el imaginario judeocristiano, se vincula con lo divino. Algo del bíblico yo soy "el" que soy, cualidad tan diferente a la de otros políticos, de cotillón, que simplemente son "lo" que son. El jueves último, Alfonsín llamó a dejar de lado los personalismos para fortalecer los partidos políticos. De acuerdo. Pero también es cierto que los partidos políticos necesitan de liderazgos como el que él mismo supo encarnar.
La primavera alfonsinista duró dos años, tres a lo sumo. Después, se la comieron la hiperinflación y el desencanto. Pero a la distancia, el gobierno que siguió a la recuperación de la democracia se ve cada vez mejor. Quizás porque sus errores se disimulen entre todos los de sus sucesores. Quizás porque aprendimos a valorar los aciertos. Quizás porque gobernar no es fácil y de eso, hay sobradas muestras.
Arturo Jauretche contó una vez, con profundo arrepentimiento, que, de muy joven y junto a un grupo de estudiantes, había tenido la oportunidad de conocer a Yrigoyen. Y también, la insolencia de criticarlo. ¿Quién era yo para hacer eso?, se preguntó años después. Siguiéndolo, ¿quién soy yo para criticar a Alfonsín? ¿Acaso me tuve que enfrentar a los militares, a 13 paros generales, al FMI, a los grupos económicos, a Reagan, a Thatcher, a un contexto mundial del que ni la Unión Soviética zafó? Sólo una persona puede contestar afirmativamente esa pregunta. Y es Alfonsín.
Y esto lo digo, pese a que nunca entendí por qué para acordar la paz con Chile teníamos que entregar el Beagle. Como tampoco entendí por qué la gente apoyó esa medida en forma masiva. Sí entendí, en cambio, el espíritu democrático que impulsó la decisión de hacer participar a la sociedad, mediante una consulta popular, frente a un hecho de esa magnitud.
Nadie cuestionó, ni siquiera discutió, que el acto por los 25 años de la democracia fuera un homenaje al ex Presidente radical. Y está bien. Alfonsín fue quien sentó las bases para que se terminaran los golpes de estado. Por mucho menos de lo que pasó en 2001, en otros momentos de la historia se golpeaban las puertas de los cuarteles. Si esa opción fue impensable tras la caída de De la Rúa (salvo para unos pocos delirantes que apostaron por la instauración un gobierno cívico - militar), fue por el Juicio a las Juntas. Es cierto que Alfonsín, pese a declamar que "la democracia de los argentinos no se negocia", terminó impulsando el Punto Final y la Obediencia Debida. Pero si la corporación militar finalmente logró obtener esas leyes mediante presiones y levantamientos, primero tuvo que aceptar que las cabezas de la más sangrienta dictadura argentina se sentaran en el banquillo de los acusados. Y que Videla y Massera fueran condenados a perpetua. Y que Viola recibiera 17 años de prisión. Y que las atrocidades salieran a la luz. Y de eso, no se vuelve. Su gobierno fue el único en Latinoamérica que tuvo los huevos para semejante acción política. Alfonsín terminó con la hegemonía del Partido Militar en la Argentina.
Terminé la experiencia de mi tour radical en Avenida Alfonsín (perdón, Santa Fe) al 1700, donde vive el ex Presidente. Su precaria salud le impidió asomarse, como también estar presente en el acto. En el Luna Park, video mediante, el viejo caudillo llamó a los argentinos a querernos más, al diálogo no sólo entre el gobierno y la oposición sino dentro de la oposición misma, y a abandonar la idea de construir una democracia social "sobre la destrucción de todo lo que existe". También, volvió a mostrarse inconforme por una cuenta pendiente: que la democracia no haya garantizado la igualdad. Enfermo pero no vencido. Y elocuente como siempre. A mi lado, algunos lloraban. No sé cuántos eran. Es difícil mirar a través de las lágrimas.
(PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EL SEMANARIO NOTICIAS URBANAS Nº 161, DEL 06/11/08).
Fuente: Noticias Urbanas.
http://www.noticiasurbanas.com.ar/
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